lunes, 15 de julio de 2013

.Escribo porque nadie me lo ha pedido.

Como cuando vas en bici y dejas de dar pedales porque va sola y se oye el ruido de la cadena y no sabes si eso es que estás disfrutando del viento en la cara y de la inercia o en realidad has dejado de pedalear porque no sirve de nada y parecerías gilipollas y te quedas esperando, viendo cómo se ríe de ti hasta la primera marcha que llevas
puesta.

Pues algo así me pasa últimamente, con la misma ausencia de aire, pero sin la bici y los frenos que toda ella conlleva.
Porque eso de que nunca se olvida, me vais a disculpar, pero es pelín relativo.
La última que monté, tenía un sillín que me llegaba por el ombligo y había demasiados cristales de por medio (una vez más) como para saber si yo la llevé a ella, o fue ella la que me llevó a mí.

Y así todo el rato.
Y su puta madre, qué vértigo.

Que igual me he acordado porque me acabo de ver las cicatrices, o por la metáfora de los cojones, o porque sigue sin venir nadie a llevarme al cine.
Pero qué caso me vais a hacer a mí, que me caí tan fuerte de una bici que tardé en volver a cogerla lo que me duró el estar convaleciente en la cama. Y santa madre la mía, otra vez, porque sin ella nada.

Y vengan metáforas, señora
que vidas peores se han visto
y con sonrisas más grandes
he paseado yo de la mano

del miedo
y demás silencios.



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