lunes, 13 de mayo de 2013

A veces describo cosas, del verbo quién.

Sí hombre, ¿No sabéis la movida esa que te toquetea la serotonina y te deja gilipollas mental durante un par de días?
Pues así todo el rato desde entonces. 
Y además me pide que le enseñe a pronunciar. Que saber no sabrá, pero sabe perfectamente lo que dice cuando nos vamos a despedir y me abraza y me susurra, entre beso y beso en el pelo, que no me quiere dejar. Y a ver quién entiende cuánto he estado flotando yo desde esa frase a las seis de la tarde, hasta que he conseguido coger aire y respirar de madrugada en el camino de vuelta a casa. Más sola y con la sonrisa de miedo más bonita que sé poner.
El truco está siempre en la lengua. Que si yo a mil y tú a diez, mejor a cien; que vamos bien.
Y no te digo yo que hayan sido pocas palabras, pero si sobran, qué le voy a hacer. Mejor un poco de agua sucia pulverizada mientras los brazos hablan solos y todos callados.
Equilibro, que no balance. Pero mucho ojito con hacerme la cena, que de tan rico todo, al final todo muy turbio.
Mira, a mí mejor no me hagáis caso, que de tanta prisa que tenía por llegar, me he fumado un canuto para no llegar nunca; y todos sabemos lo poco que se razona bajos los efectos del olor a sexo.

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