domingo, 19 de mayo de 2013

También sé cocinar.

No puedo escribirte.
Básicamente porque no me atrevo, porque no quiero que me pases.

No, a ver. Vuelvo a empezar.
Estoy friendo morcilla y me estoy acordando de ti.

Es un poco el hecho de sentirme rodaja, toda rebozada de amor, y sabiéndome con el aceite hirviendo a punto de quemarme. 
Y el amor enquistándose. Formando parte de mis granos de saliva y retorciéndome la piel a tiras.
Qué coño, es que no te quiero escribir porque no quiero que me pases; y no quiero que me pases porque sé que me vas a pasar por encima.
Que te vas a ir, vamos. 

Y aún así me muero de ganas por que me pases. Que las ganas de verdad son esas que aterra tener, no las que se tienen y ya. Me explico.

Aquí estoy, friendo morcilla y tú a mil kilómetros y yo queriendo que vuelvas, queriendo que me quieras; y pensando en que esto es solo un fin de semana, pero sabiendo que en un par de meses te vas a ir de verdad.

Esto sí que es estar delante del precipicio cogiendo carrerilla para saltar.
Y joder qué cerca está el fondo. Que lo veo, no te creas.
Pero espérate, que me descalzo un momentito y voy a tropezarte de cabeza. Tú por si acaso átate bien los cordones, que mira que a mí cordura me falta mucha y no me llega ni para vendarme los ojos.
Y todos sabemos que ojos que no ven, corazón que se derrite si son tus manos las que no me dejan ver.


Mira, vamos a hacer un trato:
Yo no te escribo, no te digo lo mucho que te echo de menos y las ganas que tengo de que vuelvas y me abraces para dormir; 
tú vuelves, me abrazas para dormir, y no te enamoras.
Que de eso y de freír la morcilla, ya me encargo yo.

 

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